domingo, 17 de junio de 2012

Blah

Blah, yuck, eww. Expresiones graciosas que me sorprenden.

Cualquier cosa que me haga reír dos minutos va a ser parte de mi vocabulario por los próximos diez años.

A menos que algo más divertido lo reemplace.

Hehe, yeeeh.
Limpio mi lap, antes de pensar en venderla. Eso sería un crimen para esta mágica y diversa, inestable, lenta. Mi primera lap, la acompañante de mis noches, solapadora de mis vicios, cobijadora de mis amores, la única, la original, la sucia, la malquerida pero más amada que esposa de alcohólico relapso. Le falla el cargador, pero la verdad es que lo maltrato mucho, no la uso en superficies planas sino en mi cama y dejo que se caliente :/ Te quiero lap.

Y quiero a Jerchi. Lo más constante en mi vida.

Hace poco me preguntaste qué era en mi vida. Hoy te respondo al silencio ultratumbiano. div>
Jerchi es para mí, lo sublime. Es como la mierda. Una fuente de inspiración infinita. Probablemente es sucio y nadie (adentro de mi casa) lo quiere, y preferirían jalarle al escusado con él dentro antes de darle un besito (nunca he probado darle un beso a mis mojones, pero algún día lo intentaré), dentro de él y sus malsanas costumbres de lanzar ratas al aire para que mueran aplastadas con el golpe (es verdad, lo he visto hacerlo y no sé si sea una técnica de caza más propia de un halcón que de un labrador. Hay que ver cada cosa... Jerchi es un alarido contra las buenas costumbres y los perritos bañados y de pasarela. Pero es mi amor. Es lo que me alegra la vida cuando nadie más me quiere. Es el único que me ama sin pedirme porque lo tiene todo. No necesita comida, ni casa, ni amor ni nada. Es un anciano ermitaño que mira la vida pasar y de vez en cuando blasfema contra los taxis que ya ni se atreven a acercarse con la infamia de corredor pseudoecológico que instalaron afuera de mi casa. Eso y las gringas que se pusieron en el local de al lado hacen las delicias de su vida.

Y me ama a mí. Es mío por completo. Ni siquiera un hijo mío sería mío como es él. Soy su dueña, lo poseo. Es autónomo pero está a mi lado.


miércoles, 23 de diciembre de 2009

Después de mucho.

Hace un buen que no escribo. Ya hasta se me olvidó la puntuación y las normas de ortográfía.
Y la verdad nada más entraba aquí para desahogarme y quejarme de mi miserable vida.
Hoy solo quiero decir que tengo gripita, que no puedo dormir sola (y con frío, carajo), que no quiero morir como alguien del Alarma, que no quiero salir en las noticias de tainguarner por un descuido muy malo, que no quiero ser malvada de cualquier modo.

Que te extraño. Hoy en serio soy muy muy felíz.

martes, 8 de septiembre de 2009

El destino.

De pronto despierta con sobresalto, y se pregunta cómo llegó, dónde está y qué hace ahí. Se incorpora y mira a su alrededor. No hay nadie.
Su desnudez es evidente, pero no tiene frío. Instintivamente se toca la cabeza. Cabello no muy largo ni muy corto. Después mira su cuerpo. Ningún detalle anatómico, ni protuberancia que revele el misterio de su sexo.
Comienza a caminar a través de la inmensidad del desierto (aunque la palabra inmensidad no defina lo aplastante de el silencio que no produce el eco de sus pasos en la arena; la inexorable soledad que no alberga ni la sensación de ser seguido por el eterno ser invisible que espía a todo mundo; tampoco manifiesta la presencia de la sed y el hambre, que acechantes esperan que el viajero caiga rendido para asesinarlo a sangre fría).
Después de caminar durante una eternidad en la que el sol ni siquiera se ha movido, llega hasta una lápida sobre la que hay algunos objetos que llaman su atención: un tintero, un altero de pergaminos y una lupa de gran aumento.
Con curiosidad se acerca y toma entre sus manos el tintero y la pluma, estremeciéndose después de haberla pasado bajo su nariz, luego acaricia el pergamino para sentir su tacto y por último mira a través de la lupa durante largo tiempo sin comprender bien su función.
Apoya la mano en la arena y una infinitud de granos quedan pegados en su palma. Sus ojos examinan las partículas que se amontonan, y luego instintivamente la mira a través del cristal durante algunos instantes. Hay algo raro, pero no lo descubre sino después de un rato.
Los granos de arena son letras, y lo primero que lee es la siguiente frase: “De pronto despierta ahí, con sobresalto, y se pregunta cómo llegó, dónde está y qué hace ahí. Se incorpora y mira a su alrededor. No hay nadie...” Levanta la mirada y mira el tintero y los pergaminos, los toma y comienza a escribir conforme va leyendo, tan sólo para darse cuenta de que es su propia historia la que ha de escribir. Espera unos instantes en silencio, meditando; calcula con la mirada el interminable desierto que hay delante suyo, trata de ponerle un número a la cantidad de granos de arena que hay ahí. Su expresión es de amargura. Cuando termine de escribir esta historia, se dará cuenta de que su condena es escribir todos los relatos que han existido y existirán.

La mujer del señor Pachorra

“Mi mujer y yo nos queríamos mucho. Durante más de diez años de casados, la pasión se había ido apagando, la cotidianeidad de nuestro taciturno hogar pesaba sobre nosotros, como el silencio aplastante de la falta de hijos. Diariamente regresaba de mi oficina para encontrarme con mi mujer a la puerta de la escuela en que daba clases, y nos quedábamos en casa a mirar la televisión y cenar un platillo instantáneo, mientras intercambiábamos las relevancias del día.
Por esa apatía que me embargaba y estaba volviéndome loco, después de una sesión de cópula convencional, me dejé llevar por las pasiones del momento, y empecé a toquetearla como cuando éramos adolescentes y todo era nuevo y prohibido, así que jugué un poco con su imaginación para estimular su erotismo. Al principio ella se mostró sorprendida pero no le molestó en absoluto que mis exploraciones comenzaran a ser fuera de lo común, y poco a poco, fuimos definiendo los roles: ella me trataba como le venía en gana y yo era su esclavo sexual.
Nuestros rituales, que había iniciado con caricias fuertes y pellizcos, se intensificaron hasta llegar a mordiscos y arañazos, culminando en nalgadas fuertes y sonoras que se estampaban en mis posaderas cada que yo rogaba por más.
También el vestuario de ella se había transformado. En un principio usaba esos conjuntillos de supermercado, pasando por los bikinis de marca, el terciopelo, los ligueros y las tangas.
Asimismo, nuestros juguetes también fueron cambiando conforme a las necesidades o pasiones de momento... Primero el plumero con el que mi mujer desempolvaba los muebles, pinceles para acariciar la piel de manera delicada y después un peine duro para sentir cada púa clavarse en la carne, una mascada de seda para cubrir los ojos o la boca, las sábanas usadas para amarrar las manos...
Realmente nos estábamos divirtiendo mucho. Especialmente yo, pues antes de esas correrías, secretamente fantaseaba con tal o cual jefa de sección, pero ellas no eran nada en comparación con mi amazona, ninguna podría haberme mangoneado u ordenado algo y que yo sintiera excitación en cumplir el mandato. Y después de unas dos semanas, todos los días, después del trabajo, literalmente corría a casa para ver a mi mujer, presa de una ansiedad y un vigor que sólo había conocido en mis años mozos.
Sin embargo, a medida que los retozos se intensificaban, comencé a reclamar mayor ardor en lo que hacíamos, como el adicto que necesita otra dosis de droga después de que el efecto termina. Una de esas noches pedí mucho más. Y mi esposa, aunque complaciente en los menesteres de causar dolor, se contrarió un poco cuando le confesé mis deseos más enfermos.
Deseaba ser atado a la cama con esposas de acero, que me pusiera una bola con una correa de cuero en la boca mientras me golpeaba con un látigo de nueve colas, además ella debía usar un ajustado traje de cuero y unas zapatillas con tacón de aguja de once centímetros de alto y unas máscaras completarían el atuendo. Y ella me lastimaría tan salvajemente, me lamería y me mordería contra mi voluntad, hasta hacerme sangrar si así lo deseaba; con una delgada punta de acero marcaría su nombre en mi piel como un tatuaje de amor y dolor entre los dos. Luego me patearía y me diría que me amaba. Lo haríamos violenta y salvajemente, como nunca en la vida lo habíamos hecho.
Para ese momento, el rostro de mi esposa estaba un poco descompuesto. Sonrió con dificultad y me dijo: ‘mañana veremos’. Mi emoción se tradujo en una mal disimulada erección y sonrisa de oreja a oreja.
Todo el día siguiente, estuve como un niño esperando a los Reyes Magos. En el trabajo no podía dejar de pensar en otra cosa que no fuera mi señora, poseyéndome en traje de amazona y haciendo de mí un guiñapo.
Cuando llegué a casa esa tarde, me esperaba en la sala, con el traje de cuero y los tacones.
–Estuve pensando en lo que me pediste y creo que hoy vas a sufrir más que nunca en la vida –dijo con una sonrisa maquiavélica.
Inmediatamente me despojé de la ropa y comencé a besarla con pasión, pero ella me arrojó lejos de sí con expresión de enojo.
–Estás portándote muy mal, y tengo que enseñarte a ser bueno –dijo sacando un látigo de quién sabe donde, empuñándolo frente a mí. –¡Arriba! –gritó con voz de arpía, mientras yo subí a trompicones las escaleras, emocionado por el juego.
Me esposó a la cama y clausuró mi boca con unas correas increíblemente ajustadas. Luego me arrancó de la ropa que aún conservaba puesta, y comenzó a vociferar, mientras sacaba los juguetitos que había adquirido esa tarde.
–Aquí está la punta de acero, –siguió ella – tengo un tenedor para pinchar tus flojas nalgas, un látigo de cuero para azotarte por no comportarte decentemente frente a una dama. Y creo que también voy a pisarte un poco con mis nuevas zapatillas. Te voy a meter este vibrador por el culo hasta que llores de dolor, y voy a morderte todo como si fueras un caramelo...
Yo estaba a punto de llorar, ¡pero de felicidad!. Casi hubiera deseado que ella me lanzara un escupitajo. Pero sólo sonrió, y con malévola mueca, hizo la cosa más horrenda, abyecta, deleznable y despreciable. Nunca se lo perdonaré...”

–Bueno, señor Pachorra ¿no era eso lo que usted deseaba desde un principio? ¿Qué fue eso tan doloroso que pudo haber hecho como para que usted quiera divorciarse?

–... dijo que iba a causarme el mayor dolor posible y lo logró. Se largó de la habitación y me dejó ahí, desnudo, atado, ansioso y con un tremendo dolor de huevos que no se me quitó en dos semanas...–

lunes, 31 de agosto de 2009

Desgranando ideas (no confundir con desangrando)

Las palabras que me has dicho, se quedaron pegadas en mi paladar. Quiero que las repitas una y otra vez para que nunca se borre su sabor.
Estás hecho de horas cosidas a la textura de tus estrías.
La nube de mi cama solo compite con la tempestuosa nubosidad que tienes en la cabeza.
No puedo evitar mirarte y dejar que a mis ojos se los lleve el horizonte clínico de la locura.
Te miro al vacío. Me pierdo en cada raya y punto que tiene tu iris.
Cuando me hablas, veo hipnotizada cómo besas las palabras, cómo tus dientes las muerden y deseo formar parte de tu idioma para que tu voz forme ecos con mis letras.
Miras sin mirar, sin saber que quiero verme reflejada en tí.
Y de pronto nuestros ojos se tocan, nuestros cuerpos se sumergen uno en el otro nuestras manos se abrazan y tu boca me pronuncia.
Me pronuncia como sentencia de vida.
Y mis pensamientos quedan tirados, desgranados como maíz para las aves que vuelan a nuestro alrededos.
Que se queden con esas migajas; yo me contento con la tormenta que tu nube arrecia entre mis párpados.

martes, 7 de julio de 2009

Monstruo

Eso es lo que soy.
Pensé que inmersa en este maravilloso sentimiento podría dejar eso de lado, pero parece que la salvación de mi alma es lejana.

Ah, don´t trust me Joan, run before my soul is burned along with ur body. Go back to your field and dream of apparitions, I am devilish.
But, isn't the evil always close to the good?

miércoles, 3 de junio de 2009

Arturo...

Es el nombre de mi papá.
Es un nombre emblemático porque representa la prohibición, el enojo, la amargura, el odio, la certeza de la infelicidad. La fealdad y la intolerancia, el miedo.
¿Cómo es posible que por un evento fortuito las cosas cambien?
¿Es posible que un día llegue alguien llamado Hitler y su nombre signifique santidad?
Tal vez es posible.
Un nombre es como la señal que amarra la idea a la tierra.
Canciones de redención...
Es increíble como una mirada, un silencio, el hecho de permanecer despierto, atreverse a hacerlo en vez de permanecer quieto, o quedarse muy muy quieto puede cambiar la forma en la que los acontecimientos ocurren.
Cada día lo comprendo de una forma distinta.
Y "Arturo" me lo acaba de enseñar de una forma completamente nueva. Tal vez haya algunas cosas que sean ciertas.
Si nunca te hubiera conocido, tal vez nunca te habría visto llorar. (nah, nunca he visto llorar a mi papá xD)
Si no hubiera sido por nuestro primer "hola" nunca nos habríamos dicho adiós.
Si nunca te hubiera abrazado, no habría mostrado mis sentimientos jamás...

Si la culpa de las cosas que hago pudiera materializarse en cilicios, en este momento mi cuerpo estaría reducido a carne llagada en flor.
Entre mis nocturnancias erotizantes gomórricas, mi pluralidad de palabra, la falta de sueño, el miedo al exámen, mis emociones mezcladas, y sobre todo, la deslealtad fatigosa a la que someto mi alma en este momento, mi alma no conoce el descanso.