martes, 8 de septiembre de 2009

El destino.

De pronto despierta con sobresalto, y se pregunta cómo llegó, dónde está y qué hace ahí. Se incorpora y mira a su alrededor. No hay nadie.
Su desnudez es evidente, pero no tiene frío. Instintivamente se toca la cabeza. Cabello no muy largo ni muy corto. Después mira su cuerpo. Ningún detalle anatómico, ni protuberancia que revele el misterio de su sexo.
Comienza a caminar a través de la inmensidad del desierto (aunque la palabra inmensidad no defina lo aplastante de el silencio que no produce el eco de sus pasos en la arena; la inexorable soledad que no alberga ni la sensación de ser seguido por el eterno ser invisible que espía a todo mundo; tampoco manifiesta la presencia de la sed y el hambre, que acechantes esperan que el viajero caiga rendido para asesinarlo a sangre fría).
Después de caminar durante una eternidad en la que el sol ni siquiera se ha movido, llega hasta una lápida sobre la que hay algunos objetos que llaman su atención: un tintero, un altero de pergaminos y una lupa de gran aumento.
Con curiosidad se acerca y toma entre sus manos el tintero y la pluma, estremeciéndose después de haberla pasado bajo su nariz, luego acaricia el pergamino para sentir su tacto y por último mira a través de la lupa durante largo tiempo sin comprender bien su función.
Apoya la mano en la arena y una infinitud de granos quedan pegados en su palma. Sus ojos examinan las partículas que se amontonan, y luego instintivamente la mira a través del cristal durante algunos instantes. Hay algo raro, pero no lo descubre sino después de un rato.
Los granos de arena son letras, y lo primero que lee es la siguiente frase: “De pronto despierta ahí, con sobresalto, y se pregunta cómo llegó, dónde está y qué hace ahí. Se incorpora y mira a su alrededor. No hay nadie...” Levanta la mirada y mira el tintero y los pergaminos, los toma y comienza a escribir conforme va leyendo, tan sólo para darse cuenta de que es su propia historia la que ha de escribir. Espera unos instantes en silencio, meditando; calcula con la mirada el interminable desierto que hay delante suyo, trata de ponerle un número a la cantidad de granos de arena que hay ahí. Su expresión es de amargura. Cuando termine de escribir esta historia, se dará cuenta de que su condena es escribir todos los relatos que han existido y existirán.

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