miércoles, 16 de enero de 2008

Muerte por combustión espontánea

Pues si, queridos chiquilines, es lo que los del Alarma pensaron cuando lo vieron. Y el titular decía "CALCINADO!!!", ya saben como se las gastan los finísimos redactores de ese y del gráfico.
Pero no. El lorenzo se roció de alcohol y se prendió fuego. Es una forma muy enferma de suicidarse si me lo preguntan.
Pero qué decir del típico ahorcadín. Si yo cuando aguanto la respiración más de diez segundos, siento que me redesespero, ora imagínense al fulanito que se deja venir con toda su humanidad y con sólo una cuerda de seguridad...
Luego están los que se empastillan. Si tragar una sola pildorita me hace pensar en los múltiples efectos colaterales que conlleva el hecho de curarme, no puedo imaginar lo que siente el individuo que traga pastillas dormitativas (o peor aún, veneno) consciente de que va a morirse entre espasmos vomitivos y dolorosos antes de que todo acabe.
Están los casos de tipos que se arrojan a las vías del metro (o peor aún, en comunidades se arrojan a las vías del tren, con el dolor y la ansiedad que conlleva esperar en las vías a que te rebane), donde quedas hecho una pulpa irreconocible.
Luego el disparo en el cucharón, o más certero, en la chirimoya, donde se te sale toditito el mole.
Se me ocurre que los que se ahogan (amarrándose una piedra para no arrepentirse) son de los que más sufren.
Y no faltan los cobardísimos y seudodarkies que se rebanan las venitas en una tina caliente. Digo cobardísimos porque saben que a últimas es donde menos se sufre y siempre puede llegar alguien a salvarlos. Es de lo más teatral.
El único individuo que reconozco que tenía un serio problema y seguramente estaba sufriendo mucho por dentro, fue alguien que se comió la sosa a cucharadas. Quiero que reflexionen acerca del dolor mental de esa magnitud, que solo pudo exorcizarlo quemándolo con sosa cáustica para lavar estufas.
A cucharadas...

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